La masiva explosión en Beirut, la capital de Lebanon, me recordó el relato de Julia Navarro, Dispara, yo ya estoy muerto. Aunque no todo lo que sucede en el Medio Oriente es resultado del conflicto israelí-palestino, es difícil no asumir que alguna de las partes no está involucrada en un “accidente” que afecte negativamente a la población judía o árabes que habitan allí. Según los últimos reportes, el estallido fue resultado del almacenamiento de 2.750 toneladas de nitrato de amonio que estaban en el puerto de Beirut desde el 2014 sin cumplir las medidas de seguridad pertinente al material. La explosión rompió vidrios a 24 kilómetros de distancia y hasta ahorita ha causado más de 100 muertos y 4.000 heridos. Los videos me recordaron una frase con la cual Julia Navarro comienza la novela: “Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando.”
Julia Navarro presenta el conflicto Israelí-Palestino desde su inicio a finales del siglo XIX hasta la época actual por medio de las vivencias de dos familias, una judía y otra musulmán, que se conocen en Palestina.
La historia comienza con la llegada de Marian Miller, cooperante de una ONG que auxilia poblaciones desplazadas, a Jerusalén. Marian espera entrevistar a Aaron Zucker, uno de los principales líderes de la política de ocupación y asentamiento de los judíos en territorio palestino, pero solo consigue entrevistar al padre, Ezequiel, un judío nacido en Palestina.
Ezequiel Zucker cuenta como su abuelo y padre a penas lograron sobrevivir los pogromos en Rusia, por los cuales huyeron a la Tierra Prometida de sus antepasados en la primera ola de emigración a finales del siglo XIX. La constante persecución y las políticas de gobiernos que los desfavorecían no solo sembró en la población judía la idea de tener un Estado propio para poder salvaguardarse, sino que propicio el flujo de emigración contante a palestina. Con “los horrores perpetuados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, se hizo más claro que nunca que era indispensable tener un hogar, y que ese hogar no podía ser otro que la tierra de sus antepasados.”
Samuel, el padre de Ezequiel, llego a Palestina con el dinero que pudo conseguir al vender todas sus pertenencias. Por medio de sus ahorros, Samuel y muchos judíos compraron propiedades de las familias árabes ricas que tenían generaciones explotando a los campesinos, cobrando alquiler por vivir y cosechar su tierra y pagándoles sueldos mínimos por trabajar en sus canteras.
Los primeros judíos no llegaron con la intención de desplazar las familias árabes ya establecidas en los terrenos, sino más bien de compartir la tierra. A primera instancia, muchos árabes parecieron dispuestos, aunque en realidad nunca tuvieron influencia sobre quienes compraban los terrenos en donde ellos vivían alquilados. Con la llegada de Samuel a palestina comienza la historia de las dos familias, los Ziad y los Zucker, que se conocen bajo estas circunstancias y crean el Huerto de la Esperanza, un pedacito de tierra ubicado entre Jerusalén y el desierto de Judea, en donde juntos, judíos y musulmanes, cosechan naranjas, aceitunas, y trabajan la cantera. Ambas familias logran progresar creando un ambiente de colaboración, respeto, amor y paz en una palestina en donde aumentaban todos los días las injusticias y el peligro de la guerra.
Pero el flujo de los inmigrantes judíos que continuaban llegando y comprando los terrenos palestinos comenzó a socavar la paciencia de las familias árabes que llevaban generaciones trabajando la tierra y canteras. Poco a poco los palestinos comenzaron a sentir que la tierra en donde habían nacido se las quitaban. Dicha preocupación, mezcladas con política y grupos subversivos de ambos lados escalo la violencia hasta convertirla en guerra abierta entre los judíos, que continuaban creciendo en número, y los árabes, que seguían perdiendo terreno.
Desafortunadamente “la guerra los había separado,” las dos familias “estaban en dos bandos irreconciliables, donde lo que se jugaba era algo más que la vida de unos cuantos miles de hombres, lo verdaderamente importante era la posesión de un pedazo de tierra”.
En 1949, se firmo un armisticio con los cinco Estados árabes dentro del cual se instituyó Israel. Bajo la jurisdicción del rey Abdullah quedaba la Ciudad Vieja, mientras que el nuevo Estado de Israel se quedaba con la zona occidental y el enclave del monte Scopus, convirtiendo a muchos palestinos en extranjeros en su propia casa en un instante. El Huerto de la Esperanza ya no quedaba en Palestina, sino en Israel, lo cual causo la ruptura definitiva entre los Zucker y los Ziad. Como muchas familias árabes, los Ziad se exiliaron en Amman.
¿Quién tiene el derecho a la Tierra Prometida? Julia Navarro nos demuestra que entender el conflicto desde su inicio no siempre conlleva a hallar la solución al mismo; que desafortunamente hay ocasiones en donde ambas partes tienen razón; pero que es indispensable comprender los dos lados para darse cuenta que los seres humanos de todas la tierras y religiones quieren la misma cosa: un hogar en donde poder desarrollarse en paz.
En relación a estas dos familias, que se establecieron y progresaron juntas, acobijadas una con la otra Julia Navarro declara que “la verdadera patria de los hombres es la infancia” y que, aunque la vida haya colocado a los Zucker y los Ziad en “bandos opuestos, ambos fueron leales a vuestra causa. Pero ni siquiera el haber combatido en bandos diferentes los ha llevado a considerarse enemigos porque están unidos por lazos que ninguno pudo romper por más que os empeñéis.”
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